Artículos de Opinión

El Metrópolis de Jeff Mills

Por Antuán Duanel

Para aquellos que no hubiesen tenido suficiente con el derroche del Metrópolis de Moroder de la entrega anterior (podéis acceder desde aquí), he aquí otro terroncillo en la misma línea: probaturas con el sonido aplicado a la concepción de la banda sonora de una película ya existente.

articulos de opinion_metropolis_3Lo de hoy es algo más contundente, ya que sale a la palestra el oriundo de Detroit Jeff Mills, gurú de la segunda generación del detroit techno, género que empezó sesudo y que, al sentir la presión de la pista de baile, apretó el bombo en las entrañas. Mills pasa por ser uno de los dj’s más cotizados del planeta. Un tipo capaz de hacer desfilar por delante de los platos hasta sesenta vinilos en una hora -echad cálculos del tiempo neto de escucha de cada disco-, lo que le lleva a cometer errores de bulto. Está bien mezclar deprisa… cuando se hace muy bien. Comprobadlo en  The Exhibitionist, una lección de anatomía con la mesa de mezclas, con mucho artificio dicho sea de paso. Puro hard-techno del que arrasaba en la bisagra del 2000, años aquellos donde el techno sacaba fuera de las cubetas a todo el House parido en el gueto homosexual.

Mills y la pléyade de technomasters vienen a transitar lugares sonoros comunes: artillería industrial, aristas agudas, lluvia ácida, atmósferas irrespirables, etc., ningún resquicio de sana placidez. Así que como buena estrella que se ha cansado de apretar teclas, decidió que él también podía componer una banda sonora para el Metrópolis del genio Lang. Y, sin mucho soborno a su estilo, dió luz a algo que funciona de manera extraña con las imágenes; un sonido por momentos trotón, maquiavélico en lo metálico, y peligroso por el tema de no haber completado el ciclo de la antitetánica -que no se os pase la tercera inyección. Reparemos entonces en algunos rasgos estilísticos presentes en la música compuesta para Metrópolis:

a)  la supresión del oxígeno -algo fundamental para todo buen fiestero- en sus temas para sellos como Axis, Tresor o Purpose Maker aparece en diversos temas, induciendo al coma por carencia de riego en el cerebro.

b)  la incesante lluvia de platillo abierto –ride– empapado en reverb.

c) el empleo de congas en sus temas -recuerden que la segunda generación creció ya con una Roland Tr-727 a su alcance, esto es, congas, bongos y percusión latina a su disposición-. Esto se traduce en un matiz humano propio de estilos ajenos al  techno. Esta instrumentación llevada a una rejilla de cuantización2 estricta, viene a ejemplificar la falta de groove3 propio del hard-techno. Esto y más lo podrán escuchar en las piezas que el amigo Jeff ideó, a principio de este siglo, para ser planchado en vinilo, hecho que complica un poco su visionado parejo a la imagen. De hecho no existe una edición en dvd  por  expresa negativa de la familia Lang. Lo máximo fueron los vídeos colgados en la página oficial del dj, donde imagen y sonido van en ocasiones muy a la par en cuanto a sensaciones.

Siéntanse partícipes de mis palabras ante esta muestra de sintetizadores planeadores, secuencias y ruido blanco empapado en reverb aplicada a un momento dramático clave de la película:

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Lo que se echa de menos, en las revisiones modernas de los acompañamientos musicales del clásico de Lang -piensen en asociaciones lógicas como futuro, innovación, etc.- es lo que Gareth Jones hizo con aquellos tipos de Basildon, Depeche Mode, en la producción de Black celebration: la creación de ritmos mediante instrumentación no tradicional. Los ruidos sampleados encajados en los pasos de un secuenciador le darían ese toque orgánico al fin del mundo, por paradójico que suene la organicidad dentro de la alienación industrial. Lo que poéticamente plasmado quedó en Bailar en la oscuridad de Lars von Trier, o Punch Drunk Love de Paul Thomas Anderson, bien pudiera ser un recurso a recuperar más a menudo en el cine.

Finalizando con esta bajada a los infiernos del apocalípsis que podría ser echar una peonada en la fábrica de Metrópolis, creo que un tema que sumerge (por el aroma que desprende) en el entramado de sensaciones emancipadoras de felicidad propias del tema tratado hoy, sería una pieza de la poetisa del underground británico Anne Clarke, heroína sin discusión en la tierra prometida de la Valencia pre-bakalaera: ¡ah, Sleeper in Metropolis!

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